Un viaje inolvidable desde Port Ginesta a las Illes Columbretes
Este pequeño archipiélago, situado a unas 30 millas de la costa de Castellón, se presenta como un auténtico tesoro ecológico. Lo conforman cuatro grupos de islas y escollos, con nombres que toman prestado el de la mayor de cada grupo: l’Illa Grossa —la única habitada—, la Ferrera, la Foradada y el Carallot. L’Illa Grossa, con su característica forma de cráter, es un espectacular ejemplo de vulcanismo, mientras que el Carallot, una aguja rocosa que emerge 32 metros sobre el mar, delata el vestigio de la chimenea de un antiguo volcán.
El viaje desde Port Ginesta a bordo de un velero resulta una travesía emocionante. En esta ocasión, fueron aproximadamente 105 millas navegadas (gran parte a vela, aunque no siempre en rumbo directo), con el viento en contra y el mar movido —una compañía habitual en estas aguas por los dominantes vientos del suroeste. Tras unas 20 horas y muchas salpicaduras, la llegada a la "herradura" de l’Illa Grossa se siente como un premio.
Antes de poner pie en tierra, es imprescindible contactar con la vigilancia a través del canal 9 VHF. Está prohibido fondear con ancla, pero hay boyas disponibles en l’Illa Grossa, la Ferrera y la Foradada. Una vez asegurado el amarre, la aventura en tierra comienza.
La visita, siempre guiada y gratuita, arranca en el pequeño puerto de Tofiño y asciende hasta el faro. Durante el recorrido, que dura entre una y dos horas, uno se adentra en un paisaje volcánico salpicado de flora única y habitado por aves marinas, lagartijas y curiosos insectos endémicos. Entre marzo y junio, la isla estalla en un mosaico de colores y fragancias que resulta difícil de imaginar en pleno verano. Algunas de sus joyas botánicas son el mastuerzo marítimo de Columbretes, la alfalfa arbórea y la omnipresente sosa fina.
Las Columbretes también son un paraíso para los amantes del mar. Sus fondos, formados por escollos, arrecifes y praderas submarinas, son refugio de coral rojo y de la alga Laminaria rodriguezii, casi imposible de encontrar en otras aguas del Mediterráneo. Estas praderas, además de ser hogar de una asombrosa variedad de vida, albergan colonias de gorgonias, algas fucales y corales endémicos que forman auténticos bosques submarinos.
No es raro avistar delfines mulares jugando alrededor del barco o tortugas bobas surcando la superficie. Este archipiélago también es parada esencial para aves marinas como la gaviota de Audouin y la pardela cenicienta, que encuentran aquí alimento y cobijo.
Las normas son estrictas: no se puede desembarcar por libre, ni fumar, ni comer en tierra. Todo el recorrido se hace bajo el sol mediterráneo, así que agua, gorro, crema solar y calzado cómodo son imprescindibles. Para los buceadores, la apnea es bienvenida, siempre que se respete el fondo marino y no se toquen las rocas.
Las noches se pueden pasar amarrados a boya, siempre con confirmación previa. Y si la meteorología acompaña, disfrutar de un cielo estrellado sobre la bahía de l’Illa Grossa es un espectáculo inolvidable.
Así, entre olas, viento y volcanes dormidos, la travesía a Columbretes se convierte en mucho más que un simple viaje: es una inmersión en uno de los rincones más salvajes y auténticos de nuestro Mediterráneo. Un lugar donde la naturaleza se impone, silenciosa y majestuosa, invitándonos a descubrir y a respetar.
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